Las sábanas eran blancas con olor a miel. La luz del medio dia penetraba en la gran habitación sin pedir permiso, fue esa claridad la que la despertó. Estiró su brazo buscando a Esteban, pero no encontró a nadie.
Decidió levantarse y recorrer la casa para buscar a su amado.
Vivian desde hacía 3 años en el campo que Ana había heredado de sus padres, allí también habían celebrado la gran boda, con mas de 200 invitados.
Se conocieron en la facultad, un 5 de septiembre. Luego de compartir un cuatrimestre como compañeros Esteban la invitó a salir y le confesó que desde el momento que la vio se enamoró perdidamente de ella, de su mirada tierna y clara. De esos ojos grises que escondian mucha ternura. De su pelo largo y negro que se enredaba con facilidad cuando soplaba el viento primaveral.
Compartieron muchos momentos juntos, pero uno los marcó.
Ana perdió a toda su familia en un accidente automovilistico, fue muy duro para ella y sin el apoyo de Esteban no hubiese podido sobrellevar terrible acontecimiento.
Los días y los meses pasaron, ellos seguían juntos y más unidos que nunca.
Una mañana de invierno Esteban se levantó temprano y preparó el desayuno para los dos. La casa era enorme ellos estaban solos.
Mientras desayunaban en la cama contemplaban las hojas amarillas que decoraban el pasto del jardín y cubrian la pileta. Una vez que acabaron Esteban le recordó cuanto la amaba y le propuso matrimonio. Ana rompió en llanto y lo abrazó muy fuerte.
-Te amo Esteban me cambiaste la vida.
Le dijo ella llorando de felicidad.
Esa mañana era una más. Ana buscó a su marido por toda la casa. Le resultó tan raro no encontrarlo, no había dejado dicho nada a las mucamas y nadie lo había visto salir.
Al ver que no tenía noticias de Esteban, Ana decidió denunciar la desaparición a la Policía, pero los meses pasaron y no había novedades del hombre.
Dos meses después de la extraña y repentina ausencia, una carta llegó a la vieja casona. Era de él.
Ana ya no veía a sus amigas, no iba al cine ni al teatro. Su vida se había desmoronado y sentía que el mundo se le venía abajo. Le resultaba tan difícil encontrar el interés por las cosas, que ya casi ni salía de su habitación.
Ella pronto enfermó gravemente, sus amigas sabían que la causa de sus problemas eran por el abandono de Esteban. Lo buscaron por todas las ciudades cercanas, llamaron a sus familiares, pero nadie sabía nada de él.
Cuando Ana murió tenía 30 años. La casa se vendió como ella lo planificó en el testamento.
Unos meses después los nuevos dueños se pusieron en contacto con María, una de las empleadas, porque habían encontrado una carta.
-Simplemente ya no te amo. Esteban.