lunes, 19 de mayo de 2008

No hay peor ciego que el que no quiere ver




“Agarrense fuerte, no se suelten”. Esas primeras palabras de Laura me asustaron. Eso nos dijo mientras nos lleva al interior de la sala, al interior de un nuevo mundo, donde momentos después aprenderíamos a ver sin mirar. La Isla Desierta, viernes y sábados en la Ciudad Cultural Konex, propone una nueva forma de hacer y “ver” una obra teatral.
Todo es incierto y las cosquillas en la panza se hacen sentir cuando la puerta se abre y empezamos a caminar.
Laura es nuestra guía, ella nos conduce hasta nuestras butacas. Nos describe el lugar, hay una rampa, una cortina, otra más y llegamos hasta los asientos. Me deja en manos de Gerardo que me pregunta si estoy bien, ¿habrá notado mi pulso acelerado?. Seguro, claro me olvidé aclarar que ni bien pasamos la puerta de entrada, con Laura, la luz se disipó y todo quedó a oscuras, pero completamente a oscuras. Gerardo se encargó de hacernos sentar y ahí, en la tercera fila, esperar que comience el show.
Una sensación de encierro me invadió, sentí claustrofobia. Respiré, me tranquilicé, cerré los ojos y los volví a abrir, pero no vi nada. Me puse a pensar que eso sienten las personas no videntes, ponerme por una hora y media en sus zapatos y experimentar que se puede ver con los demás sentidos.
La obra empezó y las sensaciones no tardaron en llegar.
Una oficina, una típica, casi igual a la mía, el jefe que le pide un café a la secretaria, el olor. Las maquinas de escribir y su particular sonido, los barcos que anunciaban su paso. Las discusiones con los superiores. De pronto la oficina se llenó de gente y alguien comienza a contar anécdotas de viaje, que nos llevan a distintos lugares del mundo “en un abrir y cerrar de ojos”. Los aromas afloran y mis sentidos se hacen una panzada.
De pronto nos fuimos de pesca y cuando estábamos por sacar un pez gordo, la tormenta se hace sentir. Primero ese olor peculiar, a tierra a pasto, que nos anticipaba que segundos después la lluvia llegaría y la sentiríamos. Así fue, como Dios manda, llego el agua y como los protagonistas, estábamos en medio de la laguna mojándonos con esa lluvia que no daba tregua.
Pero como después de la tormenta llega la calma, volvimos a la oficina, pero por un rato. Nos fuimos ahora a una isla desierta. O casi desierta, ahí el protagonista, en una noche de luna llena, se enamora de una muchacha.
Juegan, ella se escapa y él la persigue, finalmente se encuentran. Ella empieza a nadar y el la sigue. Impaciente por tenerla en sus brazos. Por último la alcanza y la posee, el amor se apodera de la sala.
Nos dirigimos ahora a China. Llegamos y en sus calles repletas de gente, entre vendedores ambulantes, la oferta de comida esta presente y por supuesto el aroma llega hasta nosotros y nos despierta el apetito.
Por último volvemos a la oficina, nuestro punto de partida. La obra finalizó, la luz se prende por dos o tres segundos y se vuelve a apagar. El primer encuentro con el sentido de la vista después de un rato de dejarlo de lado.
Nos encontramos con los protagonistas, son ocho y la mayoría de ellos, ciegos. El publico los aplaude de pie, cómo es posible que hayan hecho semejante obra, todos estamos atónitos.
Salimos azorados y muy gustosos por lo que acabamos de “ver”. Una experiencia única, inimaginable, donde por primera vez somos no videntes, pero vemos mucho. Nos fuimos comentando lo que acababa de pasar, la obra fue excelente y la experiencia inolvidable. No podemos creer cómo hicieron para representar algunas cosas, como cuando nadaban en la isla. Es asombroso. Una noche mágica y sin igual

1 comentarios:

Andra Sitt dijo...

yo la fui a ver y es espectacular! Tu nota me dio ganas de ir a verla!
BESOS